18 May 2013

La "Amapola del Norte"

Durante mi estancia en Alemania, tuve la fortuna y placer de que me prestaran una bicicleta :-). Una bicicleta que se adaptó a mí, en tamaño y velocidad, en peso y en dejarse llevar...la llamé la "Amapola del Norte" ("Die Mohnblume des Nordens").

Esta bici perteneció a una señora de nombre "Hanelore", el cual se leía en el llaverito que portaba la llave del candado. La señora, a quien me tocó conocerla y saludarla un par de veces, ya falleció. Sus familiares querían tirar la bici porque nadie la utilizaba y no cabía en el sótano; afortunadamente no la tiraron y me sirvió para transportarme en el pueblito, además de que me provocó muchas sonrisas y felicidad. Hanelore, Danke! :-)

La usé las primeras dos semanas - antes de mi desgarre en ambas pantorrillas - para pasear por los alrededores del pueblito en Renania del Norte Westfalia, donde estuve gran  parte del tiempo. La mayoría de los paseos fueron a lo largo del río Werre y río Weser, disfrutando en cada rodada el paisaje natural, y contemplando el movimiento de las aguas cristalinas y frías, rumbo al Mar del Norte; además, me tocó apreciar la despedida del invierno y el hermoso nacimiento de la primavera.
Cabe mencionar, aunque seguro ya se habrán imaginado, que a mitad o al final de cada pedaleada, pues realizaba alguna merecida pausa para refrescar el cuerpecito latino con una buena fermentada maltosa y lupulosa.

Primer paseo o el día que me entregaron a la bella "Amapola del Norte"

Aunque no alcanzaba a subirme fácilmente al asiento, me subí como pude a la bici y le dí al pedal... se movía poquito el manubrio, pero aún así, seguí, le dí la vuelta a la cuadra. Me bajé, me volví a subir hasta que le fuí perdiendo el miedo, es que aquí entre nos, una bici muy alta no es para mí, tengo anécdotas de que no me supe bajar y azoté en media calle y banqueta, las cicatrices en el antebrazo, codo, rodilla y pantorrilla derecha, todavía me lo recuerdan, pero esa es una historia que será contada en otra ocasión ;-) 




Una vez que le tomé confianza, aumenté el radio de circulación y me fuí alejando: pedalié por las banquetas, crucé las calles, esperé los semáforos en rojo, moví los brazitos para marcar vuelta a la derecha o a la izquierda. Fuí pedaleando con más fuerza y ritmo, relajándome y sintiéndome bien, muuuy bien en ella, hasta que empecé a apreciar el viento en mi carita, el solecito en mis cachetitos y esa sensación de libertad que es común y normal al conducir una bici...¡ah! definitivamente, no hay nada comparable a ese sentimiento: ¡libertad, alas, felicidad!

Dí un paseo por el pequeño bosque, visité a los patitos en el arroyo y me senté en una banca a leer un libro...



 

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